11.11.2011

Articulo escrito para la revista "Abasto" por el grupo Casonero de Teatro del oprimido

Al alma hay que darle de comer, o “Gracias por animarse a venir”.

Dicen los que saben que en materia de libertad, hay 3 clases de hombres y mujeres: están los que son libres, los que creen que son libres, y los que no saben lo libres que son. Estos últimos, dicen, le pasan el trapo a los anteriores, y aunque escapan a cualquier clasificación, se los puede encontrar en los más diversos lugares.

Nosotros, que pertenecemos a alguna de las dos categorías anteriores, no lo sabemos con certeza, nos topamos con un grupo de la tercera el viernes 28 de octubre del corriente, en la cárcel de Devoto.

Un mes antes, recibimos la invitación para llevar nuestra obra de Teatro Foro a Devoto, a partir de un taller de Teatro del Oprimido que funciona en la unidad, como parte del proyecto “TrafO” (Teatro para la Transformación Social).

TrafO[1] lleva adelante la tarea de facilitar talleres de Teatro del Oprimido, una técnica teatral latinoamericana creada por Augusto Boal[2], desde el año 2007 en diversos contextos, entre ellos, las cárceles, como Ezeiza y Devoto.

Nosotros, el Grupo Casonero de Teatro del Oprimido, hace poco más de un año nacimos en el lugar al que hacemos honor con el nombre, la Casona de Humahuaca, donde comenzamos nuestro tránsito por la técnica y seguimos trabajando actualmente.

Nuestra obra “La Vecinita”, de creación colectiva según la técnica, ha visitado diversos espacios culturales, y en virtud de nuestra prestancia, nos llegó esta oportunidad. Dijimos que sí, sin pensarlo, y cuando lo hicimos, caímos en la cuenta de que deberíamos vencer algunos prejuicios y hacer las modificaciones pertinentes a la obra, en respeto por los compañeros privados de la libertad, o de una parte de ella, como después comprobamos.

Transitando nuestras contradicciones humanas, llegamos la mañana del 28 de octubre, tempranito, a la puerta de ese monstruo blanco que nos esperaba con sus puertas bien cerradas, múltiples candados y revisaciones, permisos, planillas y más revisaciones, como sombras de esas pesadillas del pasado que persisten en nuestra memoria. Nosotros, que no le tenemos miedo a nada, nos sacamos unas fotos ilustrativas, golpeamos el portón y entramos nomás, temblando.

Acompañados por dos maestros de la escuela que funciona en el módulo 2 de educación del Penal, llegamos al espacio pensado para la función, y armamos nuestra escenografía, con los inconvenientes técnicos que acompañan a toda compañía teatral sin producción. Hicimos nuestros juegos habituales para entrar en clima, calentar cuerpo, voz y sentimientos, mientras veíamos pasar a algunos grupos de internos que salían a los patios (luego supimos que de salir al patio una sola vez por semana, este ultimo mes lograron que los dejen salir 3 veces, para tomar aire, jugar al futbol y todas las cosas que a uno le gusta hacer cuando esta en un espacio al aire libre).

Se hizo la hora y no venía nadie. Surgieron entonces las apuestas acerca de cuántos nos iban a venir a ver. Al momento, ganaba el que dijo "cero".

Tras arduas tareas por parte de uno de los maestros, se logró que bajaran 4 internos, y pasó a ganar el que apostó por dicha cifra. Mientras esperábamos al resto del auditorio, nos pusimos a charlar y conocernos. Uno, el "chaqueño", simpático y hablador, nos interiorizó sobre la suerte en Ezeiza y en Devoto, la convivencia en el pabellón, la lucha ganada de las salidas al patio, entre bromas y mates.

Pasadas las 11.15, nos informaron que iban a obligar a los que estaban en el patio a asistir a la función, por lo que, cuando terminaron de jugar al fútbol, los hicieron ponerse la remera, agarrar una silla y bajar.

A eso de las 11.40, con un amable publico de unas 15 personas, arrancamos (y todos perdieron la apuesta). Con las colas al borde de la silla, como queriendo hablarnos al oído, nuestros Espect- actores abrieron grandes sus entusiasmados y pícaros ojos.

Hicimos unos juegos para entrar en confianza, les explicamos la técnica[3], sobre todo el detalle de que, una vez terminada la escena, venía el foro en el que las propuestas no había que decirlas, había que actuarlas. Aquí sobrevino el primer indicio de que nos encontrábamos ante un grupo de la tercera categoría: “¿Hay que actuar?” preguntó uno, “Buenísimo, yo soy re buen actor”. Más tarde, este compañero nos confesó que “de chico era tartamudo… me hubiese gustado hacer teatro…. Pero tenía timidez”. Cabe aclarar que fue el primero en pasar, luego.

Dimos comienzo a la obra. Junto con los actores, actrices y el técnico, impecables en su trabajo, comenzamos lentamente el proceso de transformación que luego comprenderán.

Los muchachos, deseosos de que todo termine pronto para poder pasar ellos a actuar, rápidamente se conectaron con la obra; el “Chaqueño” se agarraba la cabeza, y las expresiones de “No lo puedo creer, yo esto lo viví”, saltaban de cara en cara. Algunos se reían y nos miraban a los que no actuábamos en ese momento, cómplices, y sucedió lo que Artaud y Brecht soñaron, pero sólo Boal consiguió: la comunión entre actores y espectadores, la disolución de elitistas barreras que separan a los productores de los consumidores, la escena de las butacas, y fue un encuentro de participación plena. No había ficción y realidad, todos estábamos inmersos en una historia, identificados con personajes y situaciones, comentando, aconsejando, aplaudiendo, riéndonos, poniendo y sacando la cuarta pared como se nos antojara. Entonces nos dimos cuenta de ante quiénes estábamos, por hacernos sentir tan cómodos, por creer que nos tocaba a nosotros mostrar lo que es el Teatro del Oprimido, cuando los que nos dieron una clase magistral fueron ellos. Porque, sin anestesia, esta gente nos pasó el trapo.

La obra llegó a su final, y entre risas y aplausos, comenzó el foro. Tuvimos tres intervenciones, en las cuales dos espect- actores reemplazaron al personaje de la oprimida, Cayetana, con sobresaliente actuación, y uno a Leo, personaje aliado de la oprimida (que le hubiera gustado terminar la escena con un beso apasionado). Las reflexiones fueron profundas y sentidas, “Fa, por un momento me fui, eh”, compartió uno de los espect- actores; se habló de la importancia de estudiar, de construir un futuro, de darle un momento a cada cosa y saber esperar ciertos deseos según su grado de importancia; se habló sobre las formas de ser, los amigos, la joda, los jueguitos electrónicos, la juventud, los hijos, las personalidades, la importancia de respetar las diferencias…

Tuvimos la oportunidad de sumarlos al taller de T O que funciona en el penal, porque, lo más sorprendente, de los presentes sólo uno participaba. Nos despedimos con besos, bendiciones, la promesa de volver con nueva escena, y un “Gracias por animarse a venir”, que nos llenó el alma.

Ellos se quedaron, y nosotros, los que habíamos entrado, también, y salimos otros, transformados. Por la experiencia, el intercambio y la grandeza de quienes nos demostraron ser libres a pesar del encierro. Por haber vencido nuestros prejuicios y habernos enseñado todo esto que ahora compartimos con ustedes. Por la humildad de no saber lo libres que son, por nuestra deuda con ellos por poder salir y el deseo de que pronto estén todos en la calle...

Experiencia facilitada por:

Grupo Casonero de Teatro del Oprimido, con la colaboración de Guillermo Castañeda

tocasoneros@gmail.com

https://www.facebook.com/grupo Casonero de TO

TrafO, Teatro para la Transformación Social

eltrafo@gmail.com

trafo-trafo.blogspot.com

Equipo docente del módulo 2 de educación del Complejo Penitenciario Federal, C.A.B.A.



[3] El Teatro Foro es una técnica perteneciente al Teatro del Oprimido, que consiste en presentar una opresión social, concreta, a través de una situación entre un personaje Opresor y otro, oprimido, cuya resolución no es satisfactoria, para luego pasar al foro, donde los llamados “espect- actores” deben proponer alternativas y pasar a probarlas en escena.

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